14 enero 2018

Asesinato en el Orient Express



Como soy una señora mayor, me gusta ir al cine. ¡Cómo va a ser lo mismo sentarte en la oscuridad, con una pantalla enorme, que ver una película en la tablet, en el ordenador o en la pantalla de la televisión! No hay posible comparación. Pero éste no es el momento de defender la sala de cine. Escribo por otra cosa. Porque me fui al cine que todavía hay al lado de mi casa, el cine Rex, a ver Asesinato en el Orient Express. Me fui sola porque nadie tenía fe en esa película, y lo mío realmente era un ejercicio de melancolía. 
Siendo una cría, entre los doce y los catorce años más o menos, leí casi todas las novelas de Agatha Christie, por no aventurarme a decir todas. Mis amigas y vecinas María Bárbara y Amparo tenían una buena colección de ellas, y en la biblioteca de mi padre había también unas cuantas. En las tardes interminables del verano nos juntábamos en casa de las dos hermanas y hacíamos una pila de novelas. Cada una tomaba una y se la leía, dejándola luego en otro montoncillo. De ese modo sabíamos que una de nosotras las había leído y podíamos pedir opinión. Leíamos una o dos novelas cada tarde, cada una a lo suyo, en silencio, y cuando terminábamos de leer una cerrábamos el libro con un suspiro y al montón. Una rara costumbre la de leer novelas juntas en las tardes de verano.
De todas aquellas novelas, Asesinato en el Orient Express era una de las más celebradas y comentadas entre nosotras. Era misteriosa la historia, envuelta en lujo y ensoñación. Hércules Poirot estaba en ella especialmente fino. El viaje en tren era subyugante, y la idea de la venganza (o justicia, según se mire) siempre es atractiva en las novelas. Este recuerdo juvenil me llevó a ver la nueva versión cinematográfica.
También, tengo que decirlo, porque Keneth Branagh, que no siempre está acertado, me gusta por su teatralidad, la dirección de actores y la magnífica ambientación y puesta en escena de sus películas.
La verdad es que la película no me defraudó. Como la novela, es una historia que comienza como alta comedia, con personajes de la alta sociedad, refinados y despreocupados, en un ambiente de lujo, que pasa a convertirse en una novela policíaca, cuando Rachett es asesinado y Poirot entra en escena como detective, y que termina revelándose como tragedia. La secuencia novelesca está perfectamente reflejada, la transición es imperceptible; quiero decir que sin advertirlo te encuentras ya en otro lugar, en un espacio narrativo diferente que se acepta sin discusión. Todo lo inverosímil del argumento se deshace gracias al ritmo narrativo y a la excelente presencia de los personajes. Es un verdadero artefacto literario que se convierte en un artefacto cinematográfico. Obra de la señora Christie, obra del señor Branagh.
Visualmente la película es espectacular. Ese tren detenido en los montes yugoslavos por un alud de nieve, en la mitad de un puente de vértigo, resulta impresionante, vértigo que se aprovecha para una conversación de Poirot con una de las pasajeras, y por tanto, sospechosa, al borde de la puerta abierta del vagón de equipajes, a un paso del precipicio. Creo que por innecesario, fue el detalle que más me gustó de la película.
Nada hay que añadir a las interpretaciones cuando se examina el reparto. Un despliegue de viejas y nuevas glorias: Michelle Pfeiffer, William Dafoe, Penélope Cruz, Johny Depp, Judi Dench, y el propio Branagh, en el papel de Poirot, por cierto, un Poirot inusitado, diferente al que siempre hemos imaginado, hacen un magnífico trabajo.
Por si alguien se anima a realizar ese novelesco viaje, el de verdad, en un tren de lujo desde París a Estambul, aquí facilito el enlace:


Sólo puedo decir que pasé un rato muy agradable, y eso es todo lo que las señoras mayores le pedimos al cine. No todos los críticos están de acuerdo con las señoras mayores, pero qué le vamos a hacer.











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